9 de agosto de 2024
El Sacramento de la Unidad
Hace tan solo unas semanas ocurrió un evento muy significativo en Indianápolis, Indiana, cuando se llevó a cabo el Congreso Eucarístico Nacional. Durante este tiempo, más de 50.000 fieles se reunieron para adorar al Señor en el Santísimo Sacramento, reflexionar sobre charlas acerca de la Eucaristía y celebrar la Misa. El Congreso representó el clímax del Avivamiento Eucarístico que se está llevando a cabo en nuestra nación en este momento y nos recordó, de manera poderosa, la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia.
Es muy apropiado que, en las lecturas de la Misa dominical de este año, el Evangelio de San Juan haya interrumpido el Evangelio de San Marcos con una inserción muy importante. Se trata del capítulo seis del Evangelio de San Juan que se centra en las enseñanzas de Jesús sobre la Eucaristía. El ciclo dominical de lecturas se divide en tres años, denominados A, B y C. En el año A leemos el Evangelio de San Mateo y en el año C, el Evangelio de San Lucas. Actualmente estamos en el Año B durante el cual leemos el Evangelio de San Marcos con la excepción de un descanso de cinco semanas, en el que nos encontramos actualmente, cuando leemos el Evangelio de San Juan. El Evangelio de San Juan también se lee durante los domingos de la temporada de Pascua, así como en ciertos domingos de Adviento y Cuaresma. Es importante que nos demos cuenta de que los Evangelios dominicales que tenemos ante nosotros en este momento señalan la acción central de la Iglesia y de las enseñanzas de Jesús, que es la de Su Presencia en la Eucaristía.
El capítulo seis del Evangelio de San Juan nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Después de realizar este milagro, Jesús comienza a revelar el misterio de otro milagro que Él nos daría en la Última Cena, uno que transformaría el mundo. A la multitud de cinco mil personas que estaban delante de Él, quienes habían quedado satisfechas con los panes y los peces, Jesús les enseña que no deben buscar comida perecedera, sino la comida que permanece para la vida eterna que el Hijo del Hombre les dará. Él dice, “Yo soy el pan de vida. El que viene a mi jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” (Jn 6,35). También les asegura, “Yo soy el pan de vida. Sus padres, en el desierto comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo come no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 48-51).
Cuando la gente objeta que esta enseñanza es difícil de aceptar y se aparta del Señor, Él de ninguna manera cambia ni suaviza Su enseñanza. De hecho, se dirige a sus apóstoles y les pregunta si ellos también quieren irse. Tan central es la enseñanza de Jesús sobre la Eucaristía que es lo que definirá a un seguidor de Él. Es Pedro, el líder de los apóstoles a quienes los papas son sucesores, quien responde, “¿Señor a quien iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6, 68-69).
Al mismo tiempo que se celebraba el Congreso Eucarístico en Indianápolis, se llevaba a cabo otra gran reunión de más de 500.000 personas en Milwaukee, Wisconsin, para la Convención Nacional Republicana. Una reunión similar tendrá lugar en Chicago, Illinois, para la Convención Demócrata. Estas convenciones tienen como objetivo elevar las mentes y los corazones de las personas para que reflexionen sobre la necesidad de un buen liderazgo y la comunión que necesitamos tener unos con otros como conciudadanos para buscar lo mejor para nuestra nación. Nuestro país no puede existir a menos que un elemento espiritual esté en el centro de lo que somos, y el Congreso Eucarístico fue una evidencia impresionante de esa realidad. El impresionante silencio de las grandes multitudes ante el Santísimo Sacramento habló con fuerza en este sentido.
Durante su discurso de apertura del Congreso Eucarístico, el cardenal Christophe Pierre, nuncio apostólico en los Estados Unidos, habló de la Eucaristía como un inmenso don de unidad. En el contexto político muy dividido dentro de nuestra nación hoy en día, mientras anticipamos la elección de su presidente en noviembre, ha habido un llamado de todas las partes a una mayor unidad. La Eucaristía es la celebración de la unidad para nosotros como católicos y es aquí donde encontramos la Presencia Real de Jesucristo en nuestra unión con los demás a través de Él. La Eucaristía es la oportunidad perfecta para orar por la unidad dentro de nuestra nación, especialmente al reconocer que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios y que Él se convirtió en uno de nosotros para salvarnos. Como muy bien expresó el cardenal Pierre, “¿Por qué nuestro compromiso con la Eucaristía nos impulsa hacia la unidad? Porque, cuando celebramos la Eucaristía, experimentamos a aquel que construyó el primer puente, que cruzó la distancia y se hizo uno de nosotros, incluso cuando estábamos separados de Él. Es aquel que está con nosotros, haciéndose presente en las realidades complejas pero concretas de nuestra vida cotidiana”.
En este momento de avivamiento de la Eucaristía y de avivamiento dentro de nuestra nación, es esencial que reflexionemos sobre la centralidad de la Eucaristía como seguidores de Jesucristo. Es la Eucaristía la que puede transformar nuestras vidas y unirnos más a Cristo en las alegrías y sufrimientos de la vida cotidiana. Nada más tiene el poder de la Eucaristía para ayudarnos a experimentar el amor de Dios y el significado de la vida. Al ver a tantos hombres y mujeres devotos en las iglesias celebrando la Eucaristía cada día de manera silenciosa y humilde, realmente experimentamos que la Eucaristía es un don para todos, y sólo aquellos que están abiertos a recibirla experimentan sus alegrías. Jesús permitió que la gente se alejara de Él porque sabía que no podía otorgarles este gozo de ninguna otra manera. Al escuchar las lecturas del Evangelio del capítulo seis del Evangelio de Juan en esta época del año, reflexionemos más profundamente sobre el gran don que Dios nos ha dado, uno que transforma el mundo y puede transformar nuestra nación a través de nosotros.
Reverendísimo Gerald M. Barbarito